Servicios ecosistémicos, una historia personal

Mi relación con la ciencia de los servicios ecosistémicos ha cambiado profundamente, desde una postura contraria al comienzo de mi carrera académica hacia una poderosa convicción personal y científica. Pase de ser un enérgico detractor del concepto a un promotor, evangelizador, incluso editor de la revista Ecosystem Services. Ese cambio paradigmático se lo debo a uno de mis mentores, y esta entrada es un homenaje a León, pero también una reflexión sobre la esencia de la ciencia como actividad humana.

El cuerpo de editores de la revista Ecosystem Services, donde nos dedicamos con pasión a la difusión científica de la ciencia de los servicios ecosistémicos.

Al principio de mi carrera académica y por mucho tiempo, estuve explícitamente evitando el concepto de los servicios ecosistémicos. No me gustaba la idea de que la naturaleza proveía “servicios”, especialmente cuando para mí era tan evidente el valor intrínseco del medio natural, así como lo llamaba mi profesor guía. Me había mantenido intencionalmente al margen del desarrollo de la ciencia de los servicios ecosistémicos a pesar de que ya permeaba casi la mayoría de las áreas de trabajo en ciencias naturales. Mi obstinación por negar el concepto es la razón de mi rezago en la ciencia de los servicios ecosistémicos. Mientras mi gran amigo Erik escribía su tesis doctoral sobre ecologizar la economía, desarrollando algunas de las bases conceptuales de la ciencia de los servicios ecosistémicos, yo me aferraba a la ideología de conservación tradicional de Leopold convencido del valor intrínseco de la naturaleza.

Bosques Patagónicos
Los bosques Patagónicos, una naturaleza que amo y recuerdo con nostalgia.

Según mi perspectiva de aquel entonces, la naturaleza no tenía precio y me escandalizaba la idea de poner una etiqueta con precio a esa naturaleza patagónica que aun sigo amando profundamente. Es una convicción filosófica que sigo manteniendo a pesar de mi cambio completo de actitud respecto de los servicios ecosistémicos y el capital natural, donde pase de ser un encarnecido detractor a promotor activo del concepto. Defender y explicar los servicios ecosistémicos se transformó en mi cruzada personal.

¿Qué fue lo que cambio mi percepción sobre los servicios ecosistémicos? La respuesta tiene que ver con la suerte. Tuve la fortuna de conocer a los padres fundadores de los servicios ecosistémicos por pura casualidad, aquellos pioneros que cimentaron las fundaciones conceptuales de la economía ecológica. En ese momento mi único mérito era haber intentado aplicar algunas de las ideas de H. Odum en mi tesis doctoral. El trabajo de Odum me había impresionado profundamente, sus libros e ideas son una parte importante de mi paradigma científico. Odum es quizás una de las mentes más brillantes del siglo XX y es nada menos que el fundador de la ecología de sistemas y alguien a quien aprendí a leer con rigurosidad en mis tiempos de reflexión doctoral.

Grande fue mi sorpresa cuando me enteré de que aquellos padres fundadores de los servicios ecosistémicos, Leon Braat (Q.E.P.D) y Bob Costanza, estaban Odumisados[1]. De esa forma comencé a ser “educado” en las raíces ecológicas que sustentaban la propuesta conceptual revolucionaria que eran los servicios ecosistémicos. Así fue como caí en cuenta de mi error conceptual: haber confundido valor con precio. Y así comenzó mi proceso de cambio paradigmático de la mano de aquellos padres fundadores, los que no solo me sacaron de mi error sino, más importante aún, me impregnaron del concepto de los servicios de los ecosistemas desde la ecología de sistemas, desde la búsqueda de la unidad física que permitiera medir los flujos de materia y energía que cruzan los socio-ecosistemas, mismos que Odum representaba en sus diagramas energéticos, y que sustentan nuestro bienestar. Las que Odum llamaba “life support calculations”.

¿Cuál es el valor intrínseco de un Glaciar? Glaciar Balmaceda, Patagonia Chilena.

Había estado por mucho tiempo equivocado, pensando que “servicios” significaba poner una etiqueta con precio a la naturaleza. Estos gigantes intelectuales me sacaron de mi error de manera sutil e iluminadora, con anécdotas sabrosas y profundas discusiones conceptuales. León se transformaría en mi mentor, quien me guiaría en mis primeros pasos editoriales y por quien llegue a sentir una profunda admiración profesional y cariño personal, construida en diálogos compartidos en diversos lugares del mundo[2], caminatas familiares en la paya en Egmond an Zee[3] con mis hijos todavía pequeños y una comunicación abundante y periódica en torno a nuestra colaboración editorial en la revista.

Este enraizamiento ecológico del concepto de servicios ecosistémicos es una guía en mi labor científica diaria ya sea al escribir un reporte, al hacer una clase, al presentar en una conferencia o conversar con algún colega o estudiante. No deja nunca de sorprenderme cuan desconocidas son todavía estas raíces, incluso entre algunos investigadores estrella en la disciplina. Cuantas veces me he enrojecido de vergüenza frente a figuras de calibre mundial en arrebatos de valentía que me han puesto a evidenciar apasionadamente estas fundaciones ecológicas del concepto. Los halagos que he recibido no son merito personal, pues solo tuve la suerte de ser el recipiente de ese conocimiento de primera mano, de la mano de gigantes. Soy un investigador odumisado de segunda generación, pues no tuve la suerte de conocer personalmente a Odum, pero me siento profundamente inspirado por su trabajo y visión.

Con el tiempo me di cuenta de que parte de mi error, el creer que los servicios ecosistémicos era simplemente monetizar la naturaleza, venia no sólo de mi ignorancia de aquel entonces, mi reticencia a leer y educarme en el concepto, sino también de mi lengua madre. En el castellano la palabra servicios suena muy mal puesta en el contexto de la conservación de la naturaleza ¿Tal vez será una actitud reaccionaria de un continente que fue utilizado de manera servicial por un imperio de ultramar por casi 400 años? Tal vez. Pero ese mismo prejuicio es el que he visto repetido, una y otra vez, en Latinoamérica. Los mismos argumentos erróneos que ostenté en el pasado esos que ignoran la solidez ecológica del concepto. Este sesgo persistente me abruma, porque es equivocado. Es incluso posible especular[4] que el cambio en la palabra servicios por contribuciones[5] que adoptó el IPBES esté basado en este sesgo lingüístico del castellano. Al menos así se puede entender el llamado a un uso de lenguaje “inclusivo” que justificó el desafortunado cambio desde servicios ecosistémicos a contribuciones de la naturaleza (NCP por sus siglas en inglés). Ahora bien, si se pone atención a las raíces conceptuales, el cambio no afecta la misión de la ciencia de los servicios ecosistémicos, pues las NCP descansan sobre el mismo aparato conceptual-filosófico. Servicios y contribuciones vienen a ser la misma cosa, al final del día, tal y como lo han establecido diversas publicaciones científicas.

Los humanos formamos parte indisoluble de los Ecosistemas, somos naturaleza, y por ende, la naturaleza no nos necesita, nosotros necesitamos de ella. Caserío en el Seno Otway, Patagonia Chilena.

El concepto de servicios ecosistémicos es una propuesta de integración transdisciplinar binaria, desde la ecología, reflejada en el concepto de ecosistemas, hasta la economía, reflejada en el concepto de servicios. Se trata, como dice mi queridísimo amigo Erik, de “ecologizar la economia no de economizar la ecologia“. El concepto de ecosistemas tiene aquí dos virtudes, una conceptual y otra operacional. Conceptualmente ubica a los seres humanos dentro del sistema. En efecto, en los diagramas energéticos de Odum los humanos son agentes que mueven flujos de materia y energía, siendo tan importantes como los otros organismos. Para la ecología de sistemas no somos espectadores de un ecosistema que está en el laboratorio o en un lugar pristino libre de intervención antrópica. Nosotros somos el ecosistema, ¡somos naturaleza! como les digo siempre a mis estudiantes. La todavía persistente separación conceptual sociedad-naturaleza es nefasta y requiere ser superada y esto es nada menos lo que conceptualmente subyace en las fundaciones de la ciencia de los servicios ecosistémicos. Si miramos las ideologías de conservación detrás de estas ideas científicas (Mace 2014), es posible constatar que el concepto de servicios ecosistémicos se ubica en una ideología del tipo “naturaleza y personas”, que es un cambio fundamental respecto de la ideología de “naturaleza por sí misma” que dominaba mis ideas científicas cuando escribía mi tesis doctoral, y que hoy puede considerarse no solamente obsoleta, sino nefasta en el sentido de que como ideología, no fue capaz de detener el deterioro ecológico hacia finales del siglo XX, mismo que se ha incrementado en el siglo XXI.

La segunda virtud es la operacional y es también poderosa, pues permite utilizar todo el conocimiento y las herramientas de la ecología para la identificación y cuantificación de los beneficios que recibimos de los ecosistemas. Mientras el concepto de “naturaleza” lo incluye todo y por ende nada al final, por el contrario un ecosistema es siempre operacionalizable, medible, cuantificable. Es el sentido de este concepto científico en sí mismo, una abstraccion relacional de la naturaleza, un modelo operativo de una porcion especifica de la naturaleza que nos permita entenderla y medirla.

La utilización de la palabra “servicios” tiene su razón de ser en la economía, que es el brazo disciplinar que permite la utilización de métodos y herramientas económicas en esta integración transdisciplinar. Conceptos como el de capital natural tienen esta lógica, donde el capital natural es una medida del stock y los servicios ecosistémicos una medida del flujo de beneficios.

Con mi queridísimo amigo Erik Gomez, en el norte de Noruega, un sitio que me emocionó por sus similitudes con la Patagonia.

Al conjugar estos dos conceptos lo que se intenta es poner en evidencia, identificar, dimensionar e idealmente cuantificar la colosal contribución de la naturaleza al bienestar humano. Es únicamente en este sentido como debe comprenderse la palabra “valorar”. No se trata, nunca se trató, de poner precio a los procesos ecológicos, pues como dice Antonio Machado: solo un necio confunde valor y precio[6]. Se trata de valorar, en el amplio espectro de formas de valoración que usamos los humanos, dar relevancia, considerar, reconocer, apreciar. El reciente reporte sobre valoración del IPBES reconoce esta forma amplia de valoración humana que cuenta con más de 50 diferentes métodos para su cuantificación, y que, más importante aún, depende de la visión del mundo de la sociedad o grupo humano que valora la naturaleza.

La cuestión del valor es fundamental, pero como dice Bob Costanza, valorar o no valorar no es el meollo del asunto, pues la pregunta del valor de la naturaleza es una pregunta forzada que tendrá una respuesta, aunque no se la demos. Por ejemplo, si recibimos una invitación a una fiesta y no nos decidimos a responder, no significa que la fiesta no se realizará. Si nos quedamos dormidos, y por esa razón no asistimos a la fiesta, al efecto práctico no importa que no no hubiesemos tomado la decisión de no asistir. Lo que importa es que no estuvimos en la fiesta, aun cuando nunca tomamos esa decisión. Las disculpas no borraran las consecuencias emocionales y materiales de nuestra ausencia, pues nuestra presencia en la fiesta es una decisión forzada, es decir aquellas que no podemos evitar. Si no fuimos es simplemente por que no nos importaba. La pregunta del valor de la naturaleza es una pregunta forzada. Si no la respondemos, sino valoramos la naturaleza, significa que le estamos simplemente dando un valor cero en la toma de decisiones. Por esta razón, la valoración de los servicios ecosistémicos es una tarea que no debería eludirse jamás.

Me he transformado en un evangelizador de los servicios ecosistémicos. En la foto, con mis estudiantes de geografía de la Ruhr University Bochum visitando el Fuerte Bulnes en la Patagonia Chilena.

Poniendo las cosas en perspectiva, entendiendo la misión de los servicios ecosistémicos en este contexto ecológico amplio parece claro que la forma en como los llamamos no importa mucho. Sean servicios, beneficios o contribuciones lo importante es que estamos todos sobre el mismo barco con el mismo norte, haciendo frente a la pregunta del valor de la naturaleza para nuestro bienestar humano. Asi es, para nuestro bienestar humano, no para el del conejo o la ballena[7].

En este sentido, la iniciativa del gobierno de Chile de contabilizar el precioso capital natural de nuestro país merece un gran y amplio aplauso de la academia, y todo el apoyo que la comunidad científica pueda dar para el cumplimiento de este objetivo.

Por nuestra parte, el reporte del IPBES sobre ordenamiento territorial y conectividad ecológica nos da nada menos que la tremenda oportunidad de incluir esta valoración explicita de la naturaleza en la planificación del territorio. Para mí, personalmente, me da la posibilidad de corregir mis errores del pasado, de reivindicarme de mis confusiones conceptuales y poder aportar con una visión propia del siglo XXI para una conservación de la naturaleza que nos incluya a nosotros, los humanos, como actores principales, respetando las comunidades locales y sus formas específicas de interacción con la naturaleza.

Y esta es la razón por la cual me siento profundamente agradecido por la oportunidad de contribuir y liderar este reporte.

Durante los últimos años he estado participando cada vez más activamente en las actividades del IPBES, siempre con entrañables amigos y colegas.


[1] Concepto que acuñaron los estudiantes de Odum para evidenciar su escuela de pensamiento.

[2] En las conferencias ESP.

[3]  Holanda.

[4] Habiendo participado como oyente de las discusiones de IPBES y entendiendo la discusión del momento en su lengua madre, esa es la impresión que me da, a pesar de que no es posible saber las intenciones, posiblemente políticas, detrás de los actores involucrados.

[5] Contribuciones de la naturaleza a las personas (NCP, Nature Contributions to People).

[6] Gracias de nuevo a mi queridísimo amigo Erik Gomez-Baggethun por tan pertinente cita y de quien he aprendido tantas cosas.

[7] Esta es una trampa ideológica común anclada en paradigmas científicos obsoletos basados en “naturaleza sin gente” y que aún siguen apoyando sinsentidos filosóficos como el del valor intrínseco, al que me referiré en otra entrada.

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